divendres, 16 de gener del 2009

para no saturar lapatadelamesa...

Siempre había querido tener una funda de violonchelo. De esas rígidas, brillantes, roja. Quería una funda de violonchelo para llevar toda mi vida dentro, y esconderme en ella cuando el mundo fuera muy feo.

Una rosa seca. Un zapato. Un libro. ¿O era una guitarra eléctrica? Elementos elegidos al azar para demostrarle al mundo que éramos mejores que ellos, que nosotros éramos sabios, que teníamos futuro.

El escritor muere en cuanto se hace llamar así. El buen escritor es aquél que no lo sabe. Las buenas historias son las que fluyen sin corsé. Hay detractores y defensores acérrimos de esta idea, y están los que pasan de todo. Nosotros formábamos parte de este último grupo. Si nos apetecía ser bohemios, lo éramos; si nos apetecía emborracharnos hasta el coma, lo hacíamos filmando las escenas más patéticas para después pasarlas a papel. Había épocas en que nos sentíamos románticos y herederos de gigantes, y leíamos a muertos muy muertos y escribíamos con grandilocuencias para ser sólo hojeados por aquellos que compran libros para aparentar.
No estaba todo perdido. A veces surgían unas lineas sin propósito, unas palabras se unían a otras sin más intención que exorcizar. Nos olvidábamos de los gigantes y las herencias, y vaciábamos los intestinos, el corazón; echábamos la bilis encima del papel, presionábamos para colorear la hoja en blanco y enmarcábamos el resultado, dejándolo en el balcón para que el olor a podredumbre no se notara demasiado.
Y así, al terminar el mes, habíamos llenado una cajita con uñas y ombligos de gigante, con lomos de libros carísimos con las páginas en blanco e hígados añejos. Nadie iba a darnos una grande suma por eso, pero quizás alguien nos publicaría.
Así, semana a semana, eran rosas, o besos, o un par de zuecos, o la cocina de un hotel. La liga de una prostituta o un equipo de béisbol. Hoy era un violonchelo, mañana quien sabe.

Pero sí, alguien supo. Se me ha ocurrido una gran idea. Escribamos sobre tú y yo.
Y ahí terminó todo.
Era divertido ver las cosas de distinto modo, era agradable compartir con alguien que te entendía tan bien, pero en cuanto nos miramos el uno al otro nos dimos cuenta de que no éramos más que excusas de la literatura para procrear. No estábamos ahí por las rosas, ni los zuecos, ni las cocinas. No estábamos ni siquiera por las palabras o los sonidos.
Las letras nos habían utilizado y cuando nos miramos, vimos que no nos habían elegido al azar.
Ante la evidencia, sin querer representar un pastel de película, tomamos una última cerveza y emprendimos la huida hacia adelante, en vías paralelas, que no confluirían nunca.

De vez en cuando aparece un zapato viejo, un riñón que se ha secado. Entre líneas, carpetas y libros aparecen objetos de las cajas que llenábamos juntos, y maldigo las letras, y reniego de vosotras, putas, que nos condenasteis al desamor.